la importancia de limpiar el instrumento
Últimamente me he dado a la tarea de escribir durante mis ceremonias de hongos con el abuelo Feliciano. O más bien, él me dio esa tarea y yo la he obedecido. Y aunque hace que la experiencia se siente como una misión de un nivel de observación intimidante, escribir durante las velaciones se ha convertido en mi manera favorita de asimilar todo lo que viene a mí mientras me entrego al viaje.
Claro que escribir no es nada nuevo para mí; me enorgullece decir que durante los últimos 13 años es la actividad que me ha permitido no sólo comer, sino cumplir la mayoría de mis deseos y caprichos, viajar y conocer a cientos de personas interesantes. Pero hacerlo en esta modalidad ha sido algo revelador. Casi siempre había llevado un diario para escribir mis experiencias después de vivirlas, pero la verdad es que era completamente inútil porque al regresar al plano de lo mundano –por decirle de alguna forma– ya se me había olvidado casi todo lo que había pasado.
Escribir en velación me ha enseñado muchas lecciones de vida, y una de las más importantes ocurrió en la ceremonia más reciente. Te cuento lo que pasó:
Cuando escribo en este estado, ESCRIBO. Me aferro a la pluma y trato de capturar cada cosa que veo y cada pensamiento que pasa por mi cabeza, con el ánimo de registrar cada detalle. La enseñanza estuvo cuando me aferré a la pluma de más. No fue un acontecimiento dramático con tinta explotada y mis manos negras y brillantes por la tinta… fue algo mucho más sencillo. Letras en las que la tinta se concentra y acabas arrastrando, dejando manchas en la hoja que desatan la negación más frustrante del universo en la perfeccionista que llevo dentro. Mi pluma era de esas que tienen cuatro colores en uno, así que era un contratiempo fácil de corregir. Sin embargo, poco después de cambiar a una espantosa tinta roja, algo me dijo: limpia tu instrumento. Y aunque en ese momento se trataba de una pluma, mientras avanzaba la noche me di cuenta de que se trataba de mucho más que eso.
El instrumento somos nosotros y todo lo que tenemos que nos permite experimentar la vida y entendernos como seres en este plano: el cuerpo, las emociones, la memoria, las ideas, los comportamientos… y todo ello merece una observación constante, para asegurarnos de que funcione de la mejor manera.
Limpia tu cuerpo.
Cuidar el cuerpo es lo más fundamental, y también lo que más descuidamos porque no somos ni modelos ni deportistas. Pero piénsalo de esta manera: todo lo que percibimos lo hacemos a través del cuerpo, y por lo tanto, un cuerpo en mal estado recibe y percibe de una manera alterada. Si, como yo, usas lentes, quítatelos y entenderás de lo que hablo. O piensa en cuando estás trabajando o haciendo alguna actividad necesaria de la vida moderna, y de repente te duele el estómago y todo lo que te dicen te molesta porque lo único que quieres hacer es darle fast forward al momento retorcerte del dolor a gusto. No siempre es posible tener un rendimiento perfecto, obvio. Me queda claro que mis ojos nunca van a regresar a una visión 20/20, pero me es inevitable preguntarme: cómo vería el mundo si mi cuerpo estuviera en su mejor estado posible?
Limpia tu memoria.
«Te dijeron que hay cosas malas en ti», dijo el abuelo al grupo. Estoy escribiendo tan rápido que no sé por qué lo dice, pero el mensaje llega a mí justo cuando esto limpiando mi pluma: Te dijeron que hay cosas malas en ti… pero qué fastidio vivir con eso. En la vida siempre nos vamos a encontrar con gente que, sin el menor recato, nos diga que no tenemos lo que se necesita, que nunca vamos a llegar a cierto lugar, que no somos suficiente, que somos muy ingenuos por querer lograr algo… y muchas veces esto se queda en nuestra memoria para atormentarnos hasta el último de nuestros días. Esto aplica también a cada vez que hemos fracasado o hecho el oso. Pero sin importar qué, por qué y cómo sucedió, hay que entender que no somos eso. Desmiente tus propias creencias y ve adelante, siempre adelante.
Limpia esa creencia de que lo sabes todo.
Mis papás y mis maestros me educaron haciéndome creer que yo era una persona brillante, creativisísima… una niña especial, pues. Y aunque sentirme tal cosa hizo maravillas por mi autoestima, especialmente en una escuela en la que siempre me sentí fuera de lugar, me hizo crecer con un monstruo que apenas estoy aprendiendo a callar. Es un monstruo que me dice que lo que todos los demás piensan es basura, que yo siempre tengo la razón, y que si llego a decir algo obvio, soy una estúpida. Ese mismo monstruo, hambriento de saber siempre más, me llevó a repasar un poco de filosofía un par de días antes de la velación con el abuelo Feliciano. «Yo sólo sé que no sé nada», me repetía a mí misma, hasta que el cliché de la filosofía griega tomó vida propia. Hay sabiduría en el no saber, y convivir con la confusión y la incertidumbre es, a su vez, una forma de sabiduría. No sólo es lo que nos impulsa e explorar, investigar y aprender, sino que, el aceptar nuestra ignorancia nos ayuda a ver el mundo con una mente más limpia de prejuicios y estereotipos. Y esto nos permite ver la posibilidad de lo improbable. Nos permite ver el milagro.
Límpiate de idea de que no mereces la vida que deseas.
Cualquier persona medianamente involucrada en temas de manifestación lo sabe: el primer paso para recibir algo es creer que lo mereces. Detrás de esto se esconde algo mucho más poderoso que el «pide y se te dará». Cuando creemos que merecemos lo que queremos, es más posible que actuemos para conseguirlo y que nuestro cerebro detecte más fácil las oportunidades que se presenten. Velo como que, si piensas que no estás hecha para lograr tus sueños, estás calibrando tu instrumento hacia otro lugar. Esto me lleva a un ritual enoquiano que llevo más de un año estudiando con William, mi terapeuta. En él se indica que el deseo indica lo que es posible. Entonces, todo es cuestión de hacer un puente entre la realidad y la posibilidad.
Limpia tu concentración.
«Hay que cuidar dónde pones tu atención al momento de hacer magia porque no sabes qué puedes llamar», escribí en mis notas. Y aunque este mensaje cayó a mí en un terreno muy personal, como practicante de brujería, también fue una invitación a trabajar en mis problemas de atención. Soy una persona con muchos intereses muy distintos y quiero hacer todo al mismo tiempo. Eso hace que termine muy pocas cosas de las miles que quiero hacer.
Limpia tu idea de productividad.
El trabajo con enteógenos, contrario a lo que algunas personas podrían pensar, implica un esfuerzo activo por entender y avanzar en la montaña. Es cansado. Pero como diría el abuelo, «descansar es válido, la flojera no». Y creo que esto aplica a la vida cotidiana. La vida es una cuestión de balance, y constantemente tenemos que evaluar nuestra forma de actuar. ¿Estamos trabajando sin parar y eso nos está trayendo problemas de salud o con nuestros seres queridos? ¿Estamos perdiendo la noción del o que es importante y lo que no? ¿Te estás sintiendo culpable por no hacer nada, cuando realmente no hay mucho que hacer? Hay que saber cuándo estirar y cuándo no. Crea estructuras en tu vida que te den libertad, pero que te exijan lo suficiente para construir condición para los retos que están por venir.